Una visita sorpresa a mi novio de larga distancia se convirtió en un desastre – Historia del día

Después de que mi esposo por veinte años me dejara, luché por encontrar el amor de nuevo a los cuarenta y un años. Desesperada, me inscribí en un sitio de citas y conocí a un hombre encantador llamado Juan. Di un salto de fe y viajé a México para darle una sorpresa, pero resultó ser la peor decisión.
Me llamo Lily y tengo 41 años. Hace poco, mi marido me dejó tras 20 años de matrimonio, y no tenía ni idea de cómo proceder. Me casé al principio de mi vida, así que no tenía mucha experiencia conociendo gente nueva.
No podía hacer nuevos amigos, y encontrar el amor a los cuarenta es difícil. Así que me encerré en mí misma y rara vez salía de casa.

Desesperada, me registré en un sitio de citas y empecé a chatear con un hombre guapo de México llamado Juan. Era tan seguro y galante que no podía creer que fuera real. Muy pronto, nuestro flirteo online se convirtió en algo más.
Las cosas se desarrollaron rápidamente y empezó a invitarme a visitarle en México. Al principio, dudé. ¿Y si no era quien parecía ser? ¿Y si me estaba preparando para más desengaños?

Pero la idea de pasar los días en la solitaria rutina en la que había caído me empujó a arriesgarme. Finalmente decidí sorprenderle llegando sin avisar.
Recogí mis cosas para un viaje de unas semanas, compré boletos de avión y estaba lista para partir. Estaba muy nerviosa. No estaba segura de que fuera a ser el mismo que era en Internet, pero lo necesitaba. Sentía que era mi última oportunidad de ser feliz.
Al subir al avión, mi corazón se aceleró con una mezcla de excitación y ansiedad. El vuelo me pareció eterno y sólo podía pensar en Juan.
¿Sería tan encantador en persona? ¿Se alegraría de verme? Intenté calmar mis pensamientos acelerados, recordándome que era un paso hacia un nuevo comienzo.

Me resultó difícil llegar hasta Juan porque resultó que vivía en una pequeña ciudad lejos del aeropuerto. El viaje fue largo y agotador. Después de aterrizar, tuve que buscar un taxi que me llevara a su pueblo.
“¿Dónde? ¿¡Dónde!?” El taxista no paraba de gritarme porque no entendía lo que le decía. Sentía cómo aumentaba mi frustración, así que saqué rápidamente mi teléfono y le mostré la dirección.

“¿Ves? Aquí mismo, necesito que me lleves a este pueblo. ¿Cuánto cuesta?”
“Bien, bien, ¡vamos!”, respondió, comprendiendo por fin.
Viajar siempre había sido un reto para mí. Siempre parecía encontrar las peores formas de comunicarme con la gente, y mi suerte era notoriamente mala. Pero esta vez sentí que todo iba a salir bien, lo que me dio valor para seguir adelante.
El viaje se me hizo interminable, serpenteando por carreteras estrechas y desconocidas. Vi cómo el paisaje cambiaba de la bulliciosa ciudad a paisajes rurales más tranquilos.